A la excelentísima reina y señora Gerberga, que tan eficazmente ejerce el poder de la realeza, amada de Dios y digna de ser amada por todos los santos, madre de los monjes y guía de las santas, el hermano Adsón, el más humilde de todos sus servidores, desea gloria y paz sempiternas.
Señora y madre: como vuestro propio servidor, siempre y en todo os he sido fiel; por ello he merecido el fruto de vuestra misericordia. Aunque las preces de mi oración sean indignas ante el Señor, imploro la misericordia de nuestro Dios para con Vos, para con nuestro noble Señor, el Rey, y rezo por la salud de vuestros hijos para que se digne mantener en vuestras manos la dignidad de la más alta autoridad en esta vida y os permita en la otra reinar felizmente con Él en el cielo. Porque, si el Señor os concediera a Vos prosperidad y a vuestros hijos una larga vida, estamos seguros de que la Iglesia de Dios sería glorificada y nuestra orden religiosa crecería cada día más y más. Esto es lo que más deseo y anhelo yo, vuestro fiel servidor, que si pudiera conquistar para Vos todo un reino, lo haría con mucho gusto; pero, como quiera que no está en mi mano el poder hacerlo, rezaré al Señor por vuestra salud y la de vuestros hijos, para que su gracia os acompañe siempre en vuestras obras realizadas piadosamente a su mayor gloria y para que podáis cumplir según los mandatos divinos los buenos propósitos que toméis, por los que se os concederá la corona del reino celestial.
Así pues, como tenéis como ocupación piadosa escuchar las escrituras, mantener conversaciones sobre Nuestro Redentor e, incluso, adquirir conocimientos sobre la impiedad y persecuciones del Anticristo, así como de su poder y nacimiento, he querido, porque así os habéis dignado ordenármelo a mí, vuestro servidor, escribir y traducir para Vos, de textos fiables, algunas cosas sobre el Anticristo, por más que no tengáis necesidad de oír esto de mí ya que tenéis junto a Vos a un prudentísimo pastor, Dom. Roricon, espejo clarísimo de toda sabiduría y elocuencia en este nuestro tiempo.
Pues bien, si deseáis conocer algunas cosas sobre el Anticristo, en primer lugar debéis saber por qué se llamó así. Está claro: porque en todo será contrario a Cristo, esto es, hará todo lo que se opone a Cristo. Cristo vino al mundo humilde, él vendrá soberbio. Cristo vino a exaltar a los humildes, a justificar a los pecadores; él, por el contrario, rechazará a los humildes, magnificará a los pecadores, exaltará a los impíos y siempre enseñará los vicios opuestos a las virtudes. Hará desaparecer la ley evangélica, restablecerá en el mundo el culto a los demonios, buscará su propia gloria y se proclamará Dios todopoderoso. Por tanto, tendrá el Anticristo muchos ministros de su iniquidad, algunos de los cuales ya le han precedido en el mundo, como Antíoco, Nerón, Domiciano. También ahora, en nuestro tiempo, sabemos que hay muchos anticristos. En efecto, todo laico, clérigo o monje que viva contra la justicia, ataque la regla de su orden y blasfeme contra todo lo que es bueno, es un anticristo y un ministro de Satanás.
Pasemos ahora a tratar de la aparición del Anticristo. Mas, lo que voy a exponer no procede de mi pensamiento ni de mi imaginación; todo ello lo he hallado escrito en libros leídos con detenimiento una y otra vez. Como dicen nuestros autores, el Anticristo nacerá del pueblo judío, en concreto de la tribu de Dan, según la profecía que dice:
Será Dan una serpiente en el camino, como víbora en el sendero (Génesis, 49, 17).
En efecto, como una serpiente se tenderá sobre el camino y se asentará en el sendero para herir y matar con el veneno de su maldad a aquellos que caminan por las sendas de la justicia. Y nacerá de la unión de un padre y una madre, como cualquier hombre; no como dicen algunos, de una virgen solamente. Sin embargo, todo él será concebido en el pecado, en pecado será engendrado y en pecado nacerá. En el mismo instante de su concepción el diablo penetrará en el vientre de su madre, y el poder del diablo le confortará y le mantendrá seguro en el vientre de la madre y siempre estará con él. Y así como el Espíritu Santo vino al vientre de la madre de Nuestro Señor Jesucristo, la cubrió con su poder y la colmó de la divinidad para que concibiera por obra del Espíritu Santo y que aquel que naciera fuera divino y santo, así también el diablo descenderá sobre una madre, la llenará totalmente, la rodeará totalmente, totalmente la ocupará y la poseerá por dentro y por fuera para que, con su ayuda, quede encinta por la intervención de un hombre, y para que lo que nazca sea enteramente inicuo, enteramente malo, enteramente depravado. De aquí que ese hombre será llamado “hijo de perdición” porque, según su poder, hará caer en la perdición al género humano, y el último día él mismo también caerá en la perdición.
Hasta aquí habéis oído cómo nace; escuchad también ahora el lugar donde ha de nacer. En efecto, así como Nuestro Señor y Redentor escogió Belén para asumir allí la humanidad por nosotros y dignarse nacer, del mismo modo el diablo previó para ese hombre perdido, que llamamos Anticristo, un lugar apropiado de donde habría de salir
… la raíz de todos los males (1 Timoteo, 6, 10),
es decir:
… la ciudad de Babilonia (Apocalipsis, 18, 10).
Porque en esta ciudad, que en otro tiempo fue una ilustre y famosa urbe de gentiles y capital del reino de los persas, nacerá el Anticristo, y se dice que será instruido y morará en Betsaida y Corozaín, ciudades que el Señor maldice en el Evangelio cuando exclama:
… ¡ay de ti Betsaida!, ¡ay de ti Corozaín! (Mateo, 11, 21).
El Anticristo tendrá a su servicio magos, hechiceros, adivinos y encantadores que, por inspiración del diablo, le instruirán y educarán en toda iniquidad, en toda falsedad y en todas las artes abominables. Los espíritus del mal serán siempre sus guías, sus aliados y sus compañeros inseparables.
Después vendrá a Jerusalén, dará muerte entre torturas diversas a todos los cristianos que no haya podido seducir y establecerá su trono en el Santo Templo. Además restaurará en su estado primero el templo destruido que Salomón había edificado para Dios, se circuncidará y se hará pasar por el hijo de Dios omnipotente.
Por otra parte, procurará seducir en primer lugar a los reyes y a los príncipes y después, mediante ellos, a las demás gentes. Hollará con sus pies los lugares que recorrió Nuestro Señor Jesucristo, y primeramente destruirá todo lo que el Señor ennobleció; después enviará por todo el mundo a sus mensajeros y predicadores. Su predicación y su poder se extenderá
… de un mar a otro mar, de Oriente a Occidente (Mateo, 8, 11),
del Aquilón al Septentrión.
Hará también muchos prodigios,
portentosos e inauditos milagros.
Hará que descienda del cielo un fuego terrible (Apocalipsis, 13, 13),
que los árboles florezcan y se sequen súbitamente, que el mar se agite y de repente se tranquilice, que los objetos cambien en formas múltiples, que se inviertan el curso y dirección de los ríos, que los espacios sean sacudidos por vientos y tempestades, y otras muchas cosas asombrosas: resucitará, incluso, a los muertos a la vista de los hombres,
… para inducir a error incluso a los elegidos, si eso fuera posible (Mateo, 24, 24).
Porque, cuando vean tantos y tales portentos, incluso aquellos que sean perfectos y elegidos de Dios dudarán si se trata o no de Cristo que, según la Escritura, ha de venir en el fin del mundo.
Provocará, además, en todas partes la persecución contra los cristianos y todos los elegidos. En efecto, combatirá contra los fieles de tres maneras: con el terror, con los favores y con los milagros. Dará a quienes crean en él grandes cantidades de oro y de plata. A quienes no pueda corromper con dones, les someterá por el terror. A quienes no logre aterrorizar, procurará seducirlos por medio de portentos y milagros. Y a quienes ni con portentos haya podido seducir, les dará muerte miserable a la vista de todos entre crueles tormentos.
Habrá entonces una tribulación tal cual no la hubo sobre la tierra desde que existen las naciones hasta ese tiempo. Entonces, los que estén en el campo huirán hacia los montes y hacia las colinas gritando: “Caed sobre nosotros y sepultadnos”; y quien esté en el tejado no bajará a su casa para coger algo de ella (Mateo, 24, 21; Daniel, 12, 1).
En ese tiempo, todo fiel cristiano que él encuentre en su camino, o reniega de Dios o, si permanece en la fe, morirá a espada, por el fuego del horno, por el veneno de serpientes, por la fiereza de las bestias o por cualquier otro tipo de tormento.
Esta tribulación tan terrible y terrorífica permanecerá en todo el mundo durante tres años y medio.
Entonces se acortarán los días en consideración a los elegidos; porque, si el Señor no acortase los días, no se salvaría ningún hombre (Mateo, 24, 22).
El tiempo en que ha de venir el Anticristo y en que ha de comenzar a manifestarse el día del juicio lo revela el apóstol Pablo en la epístola a los Tesalonicenses, en aquel pasaje donde dice:
Con respecto a la venida de Nuestro Señor Jesucristo os rogamos… porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre del pecado, el hijo de perdición (2 Tesalonicenses, 2, 1-3).
En efecto, sabemos que después del reino de los griegos, así como después del de los persas, pueblos que cada uno en su época florecieron y destacaron con gran gloria y máximo poder, y por último después de los demás reinos, llegó el de los romanos, que fue el más poderoso de todos los anteriores y sometió bajo su dominio a todos los reinos de la tierra.
Todos los pueblos quedaron sometidos a los romanos, a quienes pagaban tributos. Por eso dice el apóstol Pablo que el Anticristo no ha de venir al mundo:
… antes de que se haya producido la apostasía (2 Tesalonicenses, 2, 1),
es decir, antes de que se hayan separado del Imperio Romano todos los reinos que hasta entonces le estaban sometidos. Este tiempo aún no ha llegado porque, si bien es verdad que el Imperio Romano ha sido en parte destruido, mientras permanezcan en el poder los reyes francos, que tienen el deber de mantenerlo, la dignidad del reino romano no desaparecerá totalmente puesto que subsistirá en sus reyes.
Algunos de nuestros doctores dicen que uno de los reyes francos que vivirá en los últimos tiempos reinará en la totalidad del Imperio Romano. Éste será el más poderoso y el último de todos los reyes. Después de haber gobernado felizmente el imperio, al final vendrá a Jerusalén y en el Monte de los Olivos renunciará a su cetro y a su corona. Este será el fin y la consumación del imperio de los romanos y de los cristianos. Y dicen que, según la revelación antes mencionada del apóstol Pablo, a poco de ese hecho se hará presente el Anticristo. Será entonces cuando se manifieste el hombre del pecado, esto es, el Anticristo que, a pesar de ser hombre, será fuente de todos los pecados e hijo de perdición, es decir, hijo del diablo, no por naturaleza, sino por emulación, porque en todo cumplirá la voluntad del diablo, porque la plenitud del poder diabólico y de todo espíritu del mal habitará realmente en él, en quien se esconderán todos los tesoros de la maldad y la iniquidad.
Se opondrá, es decir, será contrario en todo a Cristo Dios y a todos sus miembros; y se elevará, es decir, se jactará soberbiamente de estar por encima de todo lo que se llama Dios, o sea, por encima de todos aquellos que los paganos consideraban dioses: Hércules, Apolo, Júpiter, Mercurio. Por encima de todos esos dioses será exaltado el Anticristo porque él será mayor y más fuerte que todos ellos. Y no solamente será exaltado por encima de éstos, sino también por encima de todo lo que es adorado, es decir, por encima de la Santísima Trinidad, que es la única que debe ser venerada y adorada por todas sus criaturas.
Se alzará hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse Dios a sí mismo (2 Tesalonicenses, 2, 4).
En efecto, como hemos dicho más arriba, nacido en la ciudad de Babilonia, vendrá a Jerusalén y se circuncidará al tiempo que dice a los judíos: “Yo soy el Cristo que varias veces se os ha prometido, que he venido para salvaros, para reunir a quienes andáis dispersos y para defenderos”.
Entonces acudirán a él todos los judíos creyendo recibir a Dios; pero recibirán al diablo. Por decirlo de otra manera, el Anticristo establecerá su trono en el templo de Dios, es decir, en la Santa Iglesia, martirizando a todos los cristianos, y será ensalzado y magnificado porque en él estará el diablo, que es el origen de todos los males y el rey de todos los hijos de la soberbia.
Mas, para que la venida del Anticristo no sea algo súbito e inesperado y para que no engañe y eche a perder con su falsedad a todo el género humano de una vez, antes serán enviados al mundo dos grandes profetas, Enoc y Elías, que con armas divinas defenderán a los fieles de Dios del ataque del Anticristo. Instruirán, reconfortarán y prepararán a los elegidos para el combate, enseñando y predicando durante tres años y medio. Además, estos dos grandes profetas y doctores convertirán a la gracia de la fe a todos los hijos de Israel que hubiera en ese tiempo y los harán retornar de la opresión de tan violento torbellino al bando invencible de los elegidos. Entonces se cumplirá lo que dice la escritura:
Aunque el número de los hijos de Israel fuera como la arena del mar, los otros serán salvados (Romanos, 9, 27).
Poco tiempo después de haber completado sus tres años y medio de predicación, comenzará a prender la persecución del Anticristo. En primer lugar empuñará sus armas contra ellos y los matará, como se dice en el Apocalipsis:
Y cuando hayan terminado de dar su testimonio, la bestia que subirá del abismo les hará la guerra y los vencerá y les quitará la vida (Apocalipsis, 11, 7).
Después de haber dado muerte a los dos, perseguirá a los demás fieles convirtiendo a unos en gloriosos mártires y haciendo a otros caer en la apostasía. Y todos aquellos que crean en él:
… recibirán sobre la frente la marca de su condición (Apocalipsis, 20, 4).
Puesto que hemos hablado de su aparición, digamos ahora cuál será su fin. En efecto, este Anticristo, hijo del Diablo y el peor artífice de todo mal, durante tres años y medio, como fue revelado, asolará el mundo entero mediante una gran persecución y someterá a múltiples tormentos al pueblo de Dios. Después de haber dado muerte a Elías y a Enoc y haber coronado con el martirio a quienes hubieran permanecido en la fe, al final caerá sobre él el juicio de Dios, como escribe el bienaventurado Pablo:
A quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca (2 Tesalonicenses, 2, 8).
Si quien le ha de matar es el propio Jesús, el Señor, por el poder de su virtud o bien el arcángel san Miguel, será en todo caso por el poder de Nuestro Señor Jesucristo, no por el de un ángel o un arcángel.
Los doctores vienen enseñando que el Anticristo recibirá la muerte en el Monte de los Olivos, en su tienda y en su trono, en el mismo lugar desde el cual el Señor ascendió a los cielos.
Habéis de saber que una vez aniquilado el Anticristo, no vendrá inmediatamente el día del juicio, ni inmediatamente vendrá el Señor a juzgar. Según nuestra interpretación del libro de Daniel, el Señor concederá cuarenta días a los elegidos para hacer penitencia por haberse dejado seducir por el Anticristo. Una vez que los elegidos hayan cumplido esta penitencia, no hay nadie que sepa cuánto tiempo ha de transcurrir hasta que el Señor venga a juzgar; esto queda en las manos de la providencia de Dios, que juzgará al mundo a la hora que antes de los siglos previó que había de ser juzgado.
He aquí, Reina y Señora, que he cumplido, como vuestro fiel servidor, lo que me ordenasteis, dispuesto a obedeceros en todo lo que os dignéis mandarme.