La América Colonial estaba en declive espiritual y moral. Los desafíos de vida de la frontera y las variadas guerras desanimaron a muchos, y la escasez de iglesias y ministros dejó a muchos sin acogida espiritual. Muchas de las iglesias se habían degenerado hasta el punto de ser solamente instituciones religiosas, sin poder para traer un cambio tan vital.

JONATHAN EDWARDS

Jonathan Edwards, pastor de la Iglesia Congregacional en Northampton, Massachusetts, expresó su preocupación por el «fallecimiento espiritual que había en toda aquella tierra» y se dispuso a buscar a Dios para que hubiera un «resurgimiento de la religión» Otros también comenzaron a buscar a Dios diligentemente y, en 1726, un despertar espiritual surgió en varias regiones a lo largo de la Costa Este. Una de las comunidades donde el Espíritu Santo derramó mucho poder fue en Northampton, Massachusetts. De hecho, un sentido de la presencia divina penetró a toda la comunidad. Edwards registra que, durante la primavera y el verano de 1735, «la ciudad parecía estar llena de la presencia de Dios». El Espíritu estaba trabajando poderosamente «hasta que apenas se podría encontrar a alguien en la ciudad, fuera viejo o jóven, que no estuviera consciente de las grandes realidades del mundo eterno» Jonathan Edwards. [“A Narrative of Surprising Conversions”. Jonathan Edwards on revival. Carlisle, PA: Banner of Truth, 1984, p. 13].

Sin ningún tipo de planificación de enfoque evangélico, «las almas vinieron a Jesucristo de la misma manera que los rebaños». La iglesia de Edwards se llenó súbitamente con aquellos que experimentaban el fruto del nuevo nacimiento.

«Nuestras asambleas públicas eran bellas en aquella época: la congregación estaba viva en el culto a Dios, todo intento era dirigido a la alabanza pública, todo oyente estaba ávido para beber de las palabras del ministro tan pronto como salían de su boca; la mayoría de los presentes lloraba varias veces mientras la palabra era predicada; algunos lloraban de tristeza y angustia, otros de alegría y amor, otros de compasión y preocupación por las almas de sus vecinos»     [Ibid., p. 14]

Personas de otras comunidades, generalmente se burlaban cuando oían hablar de lo que ocurría en Northampton. Sin embargo, inmediatamente después de entrar en la comunidad, su escepticismo era disipado de forma inevitable por la presencia irresistible de Dios. Cuando los convertidos volvían a sus lugares de origen, cargaban el espíritu del avivamiento con ellos, y así el despertar se esparció.

Fue durante estos días que Edwards predicó su famoso sermón «Pecadores en las manos de un Dios airado». El arrepentimiento por los pecados tomó a las personas aquel domingo de manera tan poderosa, que los clamores por misericordia encubrieron la voz de Edwards. El infierno se hizo tan real para aquella congregación que algunos se agarraban a los bancos mientras otros se abrazaban a los pilares como para no ser consumidos por las llamas infernales. Ola Winslow, biógrafo de Edwards, escribe que él hizo el infierno «tan real como para ser posible encontrarlo en el atlas» [William Sweet. Revivalism in America. Nova York: Abingdon, 1944, p. 30].

El poder que acompañaba las predicaciones de Edwards no era sólo el resultado de sus temas. El predicar sobre los terrores del infierno no era el único tema de sus mensajes. Él era, en realidad, un sujeto sensible que podría derretirse en lágrimas mientras contemplaba el amor y la misericordia de Dios. Su poder no era fruto de sus habilidades oratorias, pues Edwards generalmente leía sus sermones. El poder de su predicación emanaba de su vida de oración. Él podría pasar días y semanas enteras en oración, y no era raro para él pasar 18 horas orando para predicar sólo un sermón. El resultado fue un avivamiento que no sólo transformó el carácter de su comunidad, sino el de toda la nación.

GEORGE WHITEFIELD

George Whitefield (1714-1770), amigo de los hermanos Wesley, fue un talentoso predicador y comunicador poderoso. Aunque era parte del clero de la iglesia anglicana, no estaba totalmente sujeto a su denominación. En 1739, desembarcó en las colonias inglesas de América y visitó cada rincón de todas las colonias de la Costa Atlántica. Dondequiera que fuese, los comerciantes cerraban sus puertas, los granjeros dejaban su arado, y los trabajadores abandonaban sus herramientas para correr y llegar hasta el lugar donde iba a predicar. En una época en que la población de Boston era estimada en 25 mil personas, Whitefield predicaba a 30 mil en la Boston Commom. Señales y maravillas acompañaban las predicaciones de Whitefield. El poder de Dios se movía espontáneamente por todas las congregaciones cuando hablaba. Otras manifestaciones del Espíritu vendrían a seguir su mensaje. En una ocasión, después de predicar a una gran multitud que estaba fuera de la iglesia, Whitefield la examinó y obtuvo una respuesta impresionante:

«A dondequiera que yo mirase, la mayoría estaba inmersa en lágrimas. Algunos estaban abismados, pálidos como la muerte, otros contorsionando las manos, otros caídos en el suelo, otros enterrados en los brazos de sus amigos, y la mayoría mirando al cielo y clamando a Dios» [George Whitefield. George Whitefields journals. London: The Banner of Truth Trust, 1965, p. 425].

Benjamin Franklin era amigo cercano de Whitefield. Su testimonio de cuán grande era el poder del avivamiento es sobre todo importante, ya que él no era un cristiano profeso. Él recuerda:

«En 1739 desembarcó entre nosotros el Reverendo Whitefield, que se hizo notable allí como un predicador itinerante. Al principio le fue permitido predicar en algunas de nuestras iglesias, pero el clero empezó a disgustarse con él y ya no le concedía los púlpitos, y él comenzó a predicar en los campos. Grandes eran las multitudes de varios grupos y denominaciones que oían sus sermones, y era motivo de especulación para mí, que era uno de ellos, observar la influencia extraordinaria de su oratoria en sus oyentes. Desde un punto de vista negligente o indiferente sobre religión, parecía que todo el mundo se estaba volviendo religioso, tanto que nadie podía caminar por la ciudad al anochecer sin oír el cántico de salmos en diferentes familias de toda calle.»[Lovejoy. Religious enthusiasm and the great awakening, p. 35.]

Muchas manifestaciones del Gran Despertar serían familiares para los pentecostales y carismáticos modernos. «Caer en el poder», por ejemplo, no era inusual. Edwards se refiere a ese fenómeno como ‘desmayo’, y describe un culto como estando «lleno de gritos, desmayos y cosas parecidas». Algunos eran tan afectados y «sus cuerpos tan dominados, que no pudieron ir a casa, y se vieron obligados a quedarse toda la noche donde estaban». [Jonathan Edwards. “Revival of religion in Northampton in 1740-1742”. Jonathan Edwards on revival. Carlisle, PA: Banner of Truth, 1984, p. 150].

En una ocasión, Edwards regresó a casa para ver la ciudad «en circunstancias extraordinarias» y relató: «[…] en algunos aspectos, nunca la había visto antes. Él recuerda:

«Había ocasiones en que las personas entraban en una especie de trance, manteniéndose muchas veces 24h sin movimiento y con sus sentidos limitados; pero durante ese tiempo ellos se mantenían bajo intensas imaginaciones, como si hubieran ido al cielo y allá hubiesen tenido visiones de cosas gloriosas y encantadoras» [Ibid., p. 154]

Aunque haya recibido y defendido demostraciones externas, como los gritos, los gemidos y las caídas en el poder, Edwards fue incapaz de aceptar la validez de dones espirituales relativos a profecías, lenguas y milagros. Como calvinista convencido, creía que esos «dones extraordinarios» habían cesado con la iglesia apostólica. A partir de esa perspectiva, él habla de un hombre que quedó «engañado», pensando que el avivamiento era «el comienzo de un tiempo glorioso para la iglesia, tal como está en las Escrituras» y que «muchos en este tiempo estarían dotados con ‘dones extraordinarios’ del Espíritu Santo» [Edwards. “A narrative of surprising conversions”, p.71]. De acuerdo con Edwards, el hombre estaba convencido de esa ilusión, lamentando su error y la deshonra que había traído a Dios. Edwards entonces dice que «El Espíritu de Dios, poco tiempo después, parecía estar retirándose evidentemente de todos los lugares del país». Edwards interpretó que el Espíritu se había entristecido con la «ilusión» que había ocurrido. Es más probable que el Espíritu estuviera triste con el rechazo a su presencia y a sus dones. Esto parece indicar que había, a veces, manifestaciones de dones carismáticos. Un opositor del avivamiento registró la descripción de un encuentro local. La referencia a las manifestaciones extáticas podría incluir el hablar en lenguas:

«Estos encuentros continuaban hasta las 10, 11, 12 de la noche; en medio de ellos, 10, 20, 30 y a veces muchos más empezarían a gritar o llorar, o expresar gemidos de lamentación, mientras que otros exhibían grandes manifestaciones de alegría, batiendo palmas, emitiendo expresiones extáticas, cantando salmos, invitando y exhortando a otros.» [Lovejoy. Religious enthusiasm and the great awakening, p. 77.]

El avivamiento tuvo implicaciones de largo alcance. Algunos relatos de Nueva Inglaterra mostraban de 30 a 50 mil convertidos y 150 nuevas iglesias. Además, el avivamiento cambió el clima moral de la América Colonial, y generó grandes trabajos misioneros y otros emprendimientos humanitarios. Universidades, como las de Princeton, Columbia y Hampden-Sydney, fueron fundadas para preparar misioneros para las nuevas congregaciones. El avivamiento también contribuyó al sentimiento creciente de independencia política entre los colonos. William Perry, profesor de Harvard, escribe que «la Declaración de Independencia de 1776 fue el resultado de la predicación de los evangelistas del Gran Despertar» [Lawrence LaCour. Lecture on “Ministry of evangelism”. Oral Roberts University, Fall 1989].

Es necesario aclarar que el Gran Despertar ha tenido muchas características de un avivamiento carismático. Aunque Edwards tenía serias reservas sobre la vigencia de los dones del Espíritu, no todos los segmentos del avivamiento compartían esa reticencia.

Autor: Eddie L. Hyatt –  Una mirada del siglo veintiuno a la Historia de la Iglesia, a partir de una perspectiva carismática – Traducido al español por Gabriel Edgardo LLugdar para Diarios de Avivamientos.